Hay pocas cosas con las que se puede contar tan fielmente como con el miedo de los leninistas – y sus sucesores declarados y clandestinos – al pensamiento de Rosa Luxemburgo. El presidente de la Internacional Comunista, Grigori Zinoviev, inventó en 1924 incluso una Escuela del Pensamiento Luxemburguista, para empujar lejos de sí toda crítica de la exportación fracasada de la revolución proletaria a Alemania en otoño del 1923: el así llamado Luxemburguismo.
De esta flor de pantano hizo uso su posterior torturador y asesino Jossif Stalin, cuando, en 1931 – luego de los asesinatos en masa de campesinos ucranianos y rusos y de la resultante hambruna «hecha en casa» – temía su propia caída. Nunca más, en su esfera de poder, debería referirse alguien sin peligro a las demandas de democracia y libertad del movimiento obrero internacional.
Ya que Rosa Luxemburgo, como nadie más, defendía tan intransigentemente estas demandas, para Stalin esta mujer significó un peligro aun después de haber muerto. Tanto empeño, más allá de ella, sólo emplearon los stalinistas con Trotsky, al que también se le concedía un propio «ismo»: el trotskismo – término que, sin embargo, los seguidores de Trotsky tornaron positivo más adelante y lo declararon su bandera.
Los «científicos» de Stalin realmente se esforzaron con Rosa Luxemburgo. Revolvían los escritos suyos y de Lenin para encontrar pronunciamientos sobre diversas temáticas, filtraban las diferencias y declaraban – canonizando las opiniones de Lenin – «errores» a todas las ideas divergentes de Rosa Luxemburgo. Luego, en una última fase de trabajo, esos «errores» fueron sistematizados. Y así fabricaron el «Luxemburguismo» – un «esquema utópico y mediohumanista» según el «líder de los proletarios del mundo». La cortina de neblina, detrás de la cual escondían la obra y el deseo de Rosa Luxemburgo, a partir de ese momento se densificó.
El presidente de la KPD Ernst Thaelmann, un sucesor de Rosa Luxemburgo, no tenía nada más importante que hacer en febrero del 1932 que dedicar una plenaria del comité central al combate del pensamiento de Rosa Luxemburgo. El peligro de ser borrado de su puesto por sus adversarios partidarios que se remitían a Rosa Luxemburgo, fue para él durante ese tiempo, once meses antes de la toma del poder de los nazis por causa de las élites fracasadas de la República de Weimar, no mucho menor que para Stalin. La reversión de este peligro le pareció más importante que un acercamiento a la socialdemocracia, que, si bien había caído en la falta de principios, seguía siendo, sin embargo, la fuerza de izquierda más importante de Alemania.
Se concluyó la denostación de Rosa Luxemburgo después de 1948 – como parte constituyente de la stalinización del SED;ahora se reducía el interés oficial en esta mujer definitivamente a su cadáver. El libro de Fred Oelssner sobre el «luxemburguismo» influye hasta hoy fundamentalmente sobre la imagen de Rosa Luxemburgo. Este lado del stalinismo sobrevive, y no sólo en Alemania oriental, casi indiscutidamente. El enfoque democrático de Rosa Luxemburgo se ha olvidado. Pero también se puede contar con el miedo a Rosa Luxemburgo dentro de su partido de antaño, el SPD. Especialmente Heinrich August Winkler, el Hans Heinz Holz de la socialdemocracia alemana (como éste profundamente dividido entre ser un científico serio, por un lado, y un buen soldado de partido por otro), no se cansa de reducir a lo más mínimo que le fuere posible, las diferencias entre los leninistas respecto de Rosa Luxemburgo8. Sin la alfombra roja que se le ha puesto con la construcción del «luxemburguismo», tendría que actuar de forma más prudente.
Desde los tiempos de Rosa Luxemburgo – ella combatía durante largos años tanto a unos como a otros – no ha cambiado prácticamente nada.
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